Clínica de Prevención de Síndrome Metabólico, Obesidad y Malnutrición

La Clínica de prevención del Síndrome metabólico, Obesidad y Malnutrición pertenece a los Servicios Médicos de la UJAT y surge como respuesta a la crisis de salud que representa la epidemia de sobrepeso y enfermedades relacionadas, como son la hipertensión arterial sistémica, dislipidemia y diabetes mellitus que juntas aumentan el riesgo de desarrollar complicaciones vasculares las cuales disminuyen la esperanza y calidad de vida (1).  

El objetivo de la clínica es desarrollar un sistema integral y multidisciplinario para aplicar las medidas de prevención ya establecidas y desarrollar nuevas donde la información es incompleta.
La clínica está conformada por médicos, nutriólogos y sicólogos preparados para detectar personas en riesgo de desarrollar estas patologías e implementar las medidas preventivas con efectividad ya comprobada. Además mediante el análisis de los datos obtenidos realizar estudios protocolizados para encontrar nuevas estrategias de prevención. 

Actualmente el abordaje convencional de estos problemas se basa en la prevención de la obesidad al considerarla la causa de estas enfermedades(2,3). A su vez la obesidad se considera de origen multifactorial como son hábitos de alimentación, sedentarismo, genética, factores sociales, ambientales y culturales (2-5). 
Consideramos que la alimentación es una de las principales áreas de intervención para mejorar la salud de nuestros derechohabientes. Esto proviene de la observación de la alta  prevalencia de enfermedades relacionadas a malos hábitos de alimentación como el sobrepeso, hipertensión (6), diabetes y dislipidemia (7) en un 70, 41, 48 y 30% respectivamente, que aunque estos hábitos no sean la única causa, son fundamentales para lograr su control (8,9). Con estas cifras podemos concluir que en cada familia por lo menos existe un miembro afectado por estos trastornos, por lo que la modificación de la alimentación se debe realizar a nivel familiar. 

Las recomendaciones oficiales a nivel nacional e internacional tienen fallas que han sido señaladas por diversos grupos(10); sin embargo, cuando revisamos el apego a éstas nos damos cuenta que no se cumplen, la mayoría de las veces, con el mínimo recomendado, ya sea por desconocimiento o por considerar imposible llevarlas a cabo por los pacientes y el personal de salud.
En México uno de los principales problemas es el alto consumo de azúcar, el cual  se calcula según la SAGARPA en 55 kilogramos al año, es decir 150 gramos al día de los cuales aproximadamente un tercio proviene de las bebidas embotelladas según cifras oficiales(11). El resto del azúcar que se consume se obtiene en un tercio por el azúcar agregado voluntariamente y otro se encuentra en una larga lista de alimentos, en general, todos los industrializados, esto último debido a que los carbohidratos refinados entre ellos el azúcar son los principales conservadores y saborizantes utilizados. Entre estos productos subrayamos las fórmulas lácteas, las cuales están plenamente relacionadas con el riesgo de obesidad infantil (3,12). Este alto consumo es tolerado por la sociedad e incluso por los médicos basados en ideas poco sustentadas sobre el papel, origen e importancia en nuestra dieta de estos carbohidratos. 

Al revisar la historia del consumo de azúcar se puede observar que aunque el uso de la caña se puede rastrear hasta hace 2 mil 600 años, la producción era escasa, usado como droga y sólo unas cuantas personas tenían acceso a esta(13). A partir de la revolución industrial el acceso al azúcar se extendió al resto de la población aumentando de manera muy marcada en los años 60 juntó con la aparición de otros azúcares refinados como el jarabe de maíz, lo cual se relaciona temporalmente con el inicio de la epidemia de salud (14,15), extendiendose tan solo en las tres últimas generaciones; esto hecha por tierra la idea de que estas sustancias son indispensables para nuestra dieta y su uso “tradicional” es cuestionable. Existe evidencia de la alteración que producen en el sentido del gusto que explica en parte el aumento continuo desde su aparición, siendo muy llamativo como al inicio del siglo XX, el consumo anual era en promedio de 10 kg al año(16,17) y en la actualidad ha aumentado en más de 5 veces la misma (11). 
Científicamente la discusión se centra en este momento en determinar si existe alguna diferencia entre el consumo de los azucares refinados y los encontrados de forma natural; Llegado este punto concluimos que aunque la información es contradictoria, queda claro que podemos prescindir de los alimentos refinados. 
Esta percepción distorsionada de la alimentación, es la principal barrera para la disminución del consumo del azúcar pues se centra en la idea de que existe una cantidad tolerable de su ingesta, sin tomar en cuenta que partimos ya de una carga importante desde hace varias décadas y la habituación del sentido del gusto a este sobrecarga(13-15,17). Encontramos ya organismo públicos y de la iniciativa privada que señalan la importancia de proteger a los niños de lo que se ha llamado “efectos predatorios de la industria de los alimentos" pues son el principal blanco y quienes presentan el mayor consumo de azucares y alimentos altamente energéticos los cuales están identificados como la principal causa de obesidad y malnutrición (17-21). Desafortunadamente continúan bajo la idea que el único problema está en la cantidad de azúcar, cuando en realidad su consumo no es adecuado ni indispensable, y de mayor importancia es el hecho que no es el único alimento refinado(22).


En general se ha mantenido fuera de la discusión la calidad de los cereales en nuestra dieta, siendo estos desde el punto de vista histórico la principal fuente de energía desde las primeras grandes civilizaciones hasta nuestros días(23). La recomendación convencional de consumir por lo menos el 50% de los cereales completos ya ha sido puesta en duda, así como el etiquetado de los mismo productos denominados de grano completo; en parte por ser influenciados por la industria y porque en cada país existe una clasificación propia; pero incluso esta recomendación inadecuada no se cumple, pues de los tres cereales de mayor uso en nuestra sociedad casi en su totalidad se consumen en su forma refinada, y el principal cereal que es el maíz se consume de manera parcial en su forma completa, siendo menos frecuente en el área urbana(10,24-26). Los cereales completos más allá de aportar energía y fibra, contienen vitaminas, minerales, antioxidantes, fitoenzimas, fitohormonas, y grasas omega 3; principalmente en el salvado y el germen los cuales se pierden en el refinado(27-29), por lo que prohibirlos para disminuir la cantidad total de calorías no es una buena estrategia. Nuestra postura es la de consumir siempre que sea posible granos completos incluyendo las leguminosas(30).


El problema debe ser abordado desde un punto de vista transdisciplinario pues están involucradas por lo menos las áreas de la sociología, psicología, historia, antropología, pedagogía, nutrición, economía, agronomía y medicina.

Objetivos:

- Aplicar las medidas ya propuestas, nacionales e internacionales de prevención y adaptarlas a nuestro medio.
- Crear lineamientos propios de la UJAT
- Crear nuevo conocimiento referente a estos desórdenes


Luis Eduardo García González 
Médico internista 
Servicios médicos de la UJAT